Arturo Capdevila |
Arturo Capdevila |
Capdevila se dedicó varios años al
estudio de la medicina bajo el enfoque de la Prandiología, es decir al
efecto dieto-patogénico del alimento (descripto en el libro:
Prandiología Patológica, del mismo autor). En este libro lo utiliza para
el análisis de las causas que provocan diversas patologías en el niño.
Para describirlo se transcriben algunos párrafos que esclarecen su
filosofía y contenido.
“¿Cuál ha sido nuestro rumbo? Buscar en
el niño sano las causas por las cuales enferma. Quiere decir esto que
nunca pensamos que el hecho de la enfermedad infantil fuese ni fortuito
ni fatal. Y así pudimos descartar la noción del niño enfermo como
acontecimiento normal, para substituirla por la de niño enfermado. En
tal virtud debimos alejarnos, por alta que fuera la autoridad que lo
sustentara, de concepciones tales como ésa de una cierta individualidad
patológica del lactante y del párvulo.
Nuestro enunciado es categórico. El niño
enfermo no existe en el orden natural de los hechos fisiológicos.
Existe, en cambio, fuera desde luego de ese orden natural, el niño
enfermado. Es decir una víctima. Un ser al que se despojó del bien de su
connatural salud. Un agredido. Un agredido que lo fue mediante
consecutivos ataques prandiales. Así fue arrancado del hábito de su
normal metabolismo y conducido al oscuro reinado de la enfermedad.
En la generación de la enfermedad en el
niño, Capdevila da particular importancia a lo que denomina el pantano
nasofaríngeo: “Por de pronto ¿qué son esas fosas nasales? Entrada, pero
guardia también, del más complejo mundo: el celular, el linfático, el
sanguíneo. Entrada en sus aberturas mismas. Guardia en su tejido
pituitario y en la intimidad gustativa y olfativa. Ni que decir que esta
guardia defiende de los agentes externos. Así es. Pero nada puede ella
cuando el propio dueño de la ciudadela conspira en su contra y mediante
una alimentación infectante la socava, la vulnera y vence. Por lo tanto
el imaginado virus filtrable no necesitaría venir de fuera; no llega
jamás por los aires. Libre está de toda culpa su limpieza. El supuesto
virus filtrable se produce siempre dentro.
En sucinta imagen: la casa del hombre es,
sin duda alguna, su cabeza. Ésta es verdaderamente su mansión; y la
entrada de tal mansión, la boca y el vestíbulo nasal, abierto y cerrado,
a la vez, según la doble conveniencia de sus funciones. Por
consiguiente esa mansión es como un templo en una acrópolis, donde todo
debería ser intangible. Pero cuando hasta ese sagrado pórtico y
encerrado asiento de la personalidad llega el gran pantano con su fango
humoral infeccioso, el hombre mismo, el esencial, el profundo, queda
vulnerado en su inteligencia, motilidad, sensibilidad o sexo.
Pero ¿donde está la causa de la ciénaga y
de sus impurezas mefíticas? Como para excusar al hombre de toda
responsabilidad, los tratadistas responden con la siguiente mitología
(otro nombre no merece su respuesta): que algún virus está o puede estar
al acecho, y penetra … En esos términos: al acecho. Como un demonio
invisible, infinitamente escurridizo y sutil.
Nosotros no estamos para esas abusivas
concepciones de la imaginación. Afirmamos en cambio, y lo probará hasta
la evidencia este libro, que es la asociación de un determinado
alimento, rara vez tolerado y en rigor inadecuado casi siempre para la
mayoría, sin excluir en ocasiones a la infancia, lo que, vencidas las
defensas orgánicas por una insistente repetición, va dando nacimiento,
entre fermentos de corrupción, a ese pantano en que más tarde se nutren
las bacterias patógenas”.
Y así Capdevila explica en esta obra el
origen de enfermedades que salen a relucir en la infancia y que nos
acompañan de por vida: obesidad, alergias, epilepsia, reuma, diabetes,
leucemia, poliomielitis, etc. Origen éste siempre relacionado con la
alimentación a la que desde niños nos habituamos.
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