viernes, 3 de agosto de 2012



Arturo Capdevila
Arturo Capdevila

Capdevila se dedicó varios años al estudio de la medicina bajo el enfoque de la Prandiología, es decir al efecto dieto-patogénico del alimento (descripto en el libro: Prandiología Patológica, del mismo autor). En este libro lo utiliza para el análisis de las causas que provocan diversas patologías en el niño. Para describirlo se transcriben algunos párrafos que esclarecen su filosofía y contenido.
“¿Cuál ha sido nuestro rumbo? Buscar en el niño sano las causas por las cuales enferma. Quiere decir esto que nunca pensamos que el hecho de la enfermedad infantil fuese ni fortuito ni fatal. Y así pudimos descartar la noción del niño enfermo como acontecimiento normal, para substituirla por la de niño enfermado. En tal virtud debimos alejarnos, por alta que fuera la autoridad que lo sustentara, de concepciones tales como ésa de una cierta individualidad patológica del lactante y del párvulo.
Nuestro enunciado es categórico. El niño enfermo no existe en el orden natural de los hechos fisiológicos. Existe, en cambio, fuera desde luego de ese orden natural, el niño enfermado. Es decir una víctima. Un ser al que se despojó del bien de su connatural salud. Un agredido. Un agredido que lo fue mediante consecutivos ataques prandiales. Así fue arrancado del hábito de su normal metabolismo y conducido al oscuro reinado de la enfermedad.
En la generación de la enfermedad en el niño, Capdevila da particular importancia a lo que denomina el pantano nasofaríngeo: “Por de pronto ¿qué son esas fosas nasales? Entrada, pero guardia también, del más complejo mundo: el celular, el linfático, el sanguíneo. Entrada en sus aberturas mismas. Guardia en su tejido pituitario y en la intimidad gustativa y olfativa. Ni que decir que esta guardia defiende de los agentes externos. Así es. Pero nada puede ella cuando el propio dueño de la ciudadela conspira en su contra y mediante una alimentación infectante la socava, la vulnera y vence. Por lo tanto el imaginado virus filtrable no necesitaría venir de fuera; no llega jamás por los aires. Libre está de toda culpa su limpieza. El supuesto virus filtrable se produce siempre dentro.
En sucinta imagen: la casa del hombre es, sin duda alguna, su cabeza. Ésta es verdaderamente su mansión; y la entrada de tal mansión, la boca y el vestíbulo nasal, abierto y cerrado, a la vez, según la doble conveniencia de sus funciones. Por consiguiente esa mansión es como un templo en una acrópolis, donde todo debería ser intangible. Pero cuando hasta ese sagrado pórtico y encerrado asiento de la personalidad llega el gran pantano con su fango humoral infeccioso, el hombre mismo, el esencial, el profundo, queda vulnerado en su inteligencia, motilidad, sensibilidad o sexo.
Pero ¿donde está la causa de la ciénaga y de sus impurezas mefíticas? Como para excusar al hombre de toda responsabilidad, los tratadistas responden con la siguiente mitología (otro nombre no merece su respuesta): que algún virus está o puede estar al acecho, y penetra … En esos términos: al acecho. Como un demonio invisible, infinitamente escurridizo y sutil.
Nosotros no estamos para esas abusivas concepciones de la imaginación. Afirmamos en cambio, y lo probará hasta la evidencia este libro, que es la asociación de un determinado alimento, rara vez tolerado y en rigor inadecuado casi siempre para la mayoría, sin excluir en ocasiones a la infancia, lo que, vencidas las defensas orgánicas por una insistente repetición, va dando nacimiento, entre fermentos de corrupción, a ese pantano en que más tarde se nutren las bacterias patógenas”.
Y así Capdevila explica en esta obra el origen de enfermedades que salen a relucir en la infancia y que nos acompañan de por vida: obesidad, alergias, epilepsia, reuma, diabetes, leucemia, poliomielitis, etc. Origen éste siempre relacionado con la alimentación a la que desde niños nos habituamos.

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