¿Qué enfermedad es el cáncer que en nada se parece a una enfermedad? No se acierta con ninguna definición patológica que le convenga al cáncer, ya que en él no se da lo más característico de todo mal orgánico, a saber, el esfuerzo de la naturaleza por volver al estado normal las funciones alteradas. El enigma está ahí ¿cómo es que el organismo en la invasión cancerosa se rinde sin combatir? En otras palabras: ¿cómo explicar este apagamiento de la fuerza vital ante el agente morbífico?
Hay otras extrañezas más, y no de
poco bulto ¿qué enfermedad es ésta (si ha de llamarse enfermedad) que no
se produce espontáneamente en ningún animal? ¿Cómo esta degeneración
celular no presenta un solo caso –verdadero y no ilusorio- en todo el
mundo de los vegetales? ¿Cómo explicar que tales hechos no hayan sido
hasta ahora el riguroso punto de partida médico para la investigación
del fenómeno? Eso: del fenómeno.
Si la idea de un agente microbiano debe
ser desechada a vista de tantas evidencias, no es el mundo de lo morboso
el que debe ser explorado, sino el otro (y no hay sino dos): el mundo
de la alimentación. Éste es el mundo que debe ser explorado: el de la
conducta alimentaria de las víctimas, anterior a la invasión, con el
objeto de descubrir en todos los casos un elemento común insistentemente
repetido.
A comida absurda o maléfica, nutrición
perjudicial o mortal. Es obvio que la estructura química propia del
organismo se altere perniciosamente cuando la comida le es dañosa. Por
idéntico principio la obstinación en el mantenimiento de una misma
alimentación inadecuada forzará finalmente al organismo a la
incorporación de esas substancias no asimilables y, a la postre,
letales.
¿Se puede saber cuándo empieza una
formación cancerosa? Para lo que más importa que son los órganos
internos, claro que no. El invasor no se da a conocer sino por la
expugnación del centro asaltado. Algo ha caído ya cuando se acusa su
presencia. Lo seguro es que todo esto acontece porque la sangre acarrea
el material. Y si continúa acarreándolo, las células neoformadas siguen
configurando un proceso tumoral que conducirá a la muerte.
Pero, a todo esto, en el supuesto
corriente ¿por qué se desvía de su ley una cualquiera zona celular? La
respuesta viene a parar en la rutinaria y no poco supersticiosa idea de
la predisposición. Añadir que la predisposición puede ser de un tipo
innato arroja la cuestión definitivamente a una oscuridad sin salida y a
un puro y hueco suponer. Mentira parece que todavía hoy se cometan esos
abusos de la más llana superficialidad mental; sin hacer cuenta de su
comodidad despreocupada.
A la realidad del paciente hasta hoy
estudiada en todo lo que mira a la expresión patológica, añado yo la
hasta ahora nunca cumplida averiguación prandiológica, o sea la directa
relación del mal con una determinada alimentación.
¿Y sostendrá alguien, tan adicto como se
quiera al dogmatismo experimental, que esto queda fuera de la realidad
del enfermo, y en lugar de explorarlo a nivel de hombre seguirá
haciéndolo únicamente a nivel de cobayo, de conejo o de ratón? Nuestras
averiguaciones entran de lleno en la realidad humana de una manera
absoluta. Entran nada menos que en la realidad de su mesa. Y si el
intelecto se dirige a esa realidad con rigor metódico, fuerza será
reconocer que cumple así puntualmente una labor científica,
incuestionablemente tal, con la ventaja, además, de los nuevos
horizontes que se abren con ella; de tal modo que, después de tanta
heredada mitología doctrinaria, como con el propio cáncer acaece, pueda
reintegrarse por fin la Medicina a la Naturaleza.
Donde nada sabe el médico, pues pone muy
lejos su atención, algo saben o pueden saber el padre de familia y la
dueña de casa. Su aportación en lo que mira al cáncer, ha de tender a
una cierta alimentación donde positivamente radica la causa originaria
de todo carcinoma. En multitud de casos –de hecho en la totalidad de los
casos- se encontrará siempre una dada combinación alimentaria, como
predilecta, preponderante y continua, en la mesa del futuro canceroso.
Esa combinación consta de dos sustancias declaradas incompatibles por
las distintas respuestas gástricas que suscitan; incompatibles porque
cada una de ellas requiere de un determinado estado estomacal e
intestinal: la leche por una parte y el huevo por la otra; conjunción de
que hacen su preferencia invariable ya por prescripción médica, ya por
afición golosa, los consumidores de cremas, de flanes, de postres con
aquella doble base.
Hacia el tiempo en que las palabras
fueron claras, los mitos eran transparentes también. Símbolo del mundo y
hasta de su Creador era el huevo. En griego por eso dice tanto como
oion, ovon: lo que por sí mismo se alimenta. De modo que ¿cómo ni para
qué, sin perturbación del orden natural, se le añadirá la leche? Ni al
huevo ni a la carne (que se acuerda de su origen) se le añadirá la
leche. Por ese motivo los hebreos de los tiempos mosaicos previenen que
no se haga. No guisarás el cabrito –perceptúa El Exodo- con la leche de
su madre.
La fusión forzada de dos universos
alimenticios incongeniables engendra de por sí los elementos tumorales y
su consecutiva aglomeración de materia superflua y con ella la
desorganización de los tejidos, la disfunción de los órganos, la muerte …
Y es para encarecer a este respecto la potencia trastornadora del queso
con su concentración de caseína en ese conjunto de fuerzas
desquiciadoras y negativas, como refuerzo de destrucción sobreañadido.
Cosas todas en que la Bromatología nada puede ni atenuar, ya que no nos
hallamos ante un problema de higiene sino ante un conflicto iónico
esencial. Y qué diremos, además, de esos estímulos viciosos del alcohol,
de los picantes … Ellos constituyen de por sí el factor irritativo en
ingesta cancerígena, y gradúan con su mayor o menor intervención, la
relativa benignidad o malignidad y rapidez de las neoplasias.
La historia de la formación del cáncer
podría relatarse de esta manera: mediante la ingestión día tras día, de
una alimentación tan nociva que bien podría ser llamada antibiológica se
fue suscitando un proceso de sucesivas alteraciones al rigor de una
invasión de sustancias inasimilables, cuyos desechos no lograba eliminar
el organismo por sus vías naturales. La sangre y la linfa se vieron
entonces de más en más alteradas por idéntica causa; de suerte que el
enemigo acabó por hacer cabeza de puente en cualquier punto débil de la
economía general. Y comenzaron a instalarse las neoformaciones. Y como
la alimentación antibiológica, lejos de suprimirse -que habría impuesto
la regresión dichosa del daño- hubo de proseguir, la afluencia sin ley
continuó, incluso por los intersticios de los tejidos sanos
disociándolos, comprimiéndolos, destruyéndolos. Día tras día el mal iba
alcanzando a todos los elementos organizados del contorno, según los
nuevos contingentes de desecho alimenticio, típicamente antibiológicos,
seguían desembarcando por vía sanguínea o linfática, en el terreno
elegido.. Hasta que allí no cupo más. Entonces los desechos debieron
abrirse nuevo puerto de instalación parásita en otras zonas del cuerpo,
destinadas al acogimiento de esas otras neoplasias que por errónea
apreciación del suceso llevan el arbitrario nombre de metástasis.
¿Qué hace, mientras tanto la Terapéutica?
Su camino electivo es el de la destrucción de la masa tumoral y el de
su presunto sustentáculo de tejido sano a que debe llegar
preventivamente la exéresis.
Otro muy distinto es, sin embargo, el
camino, conforme nos lo ha ido mostrando el proceso mismo de toda
tumoración. Lléguese a tiempo, dénsele materiales para remodelar al
escultor instintivo que llevamos con nosotros y el proceso contra natura
que es de por sí toda tumoración, se interrumpirá de suyo. ¿Por qué?
Simplemente por haber recobrado su imperio, con sus justos ordenamientos
y armonías, la Naturaleza.
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