viernes, 3 de agosto de 2012

Luego de haber abordado temas claves, como La lepra, El cáncer, Prandiología patológica, Tres aberraciones metabólicas (diabetes, litiasis, úlcera), Revisión microbiana y El niño enfermo, en esta obra Capdevila trató la problemática de las enfermedades mentales.
Siendo la influencia alimentaria el eje central de sus nueve mensajes prandiológicos, aquí Capdevila refresca argumentaciones sobre la nefasta ingesta láctea, que en las cinco décadas transcurridas ha crecido exponencialmente, a la misma velocidad que han crecido las enfermedades mentales que origina su consumo. Por cierto que esta clara, evidente y demostrada interacción entre alimento y disfunción orgánica, permite que una persona de la nutrición pueda ocuparse de prologar un libro que debería ser terreno de psicólogos.
Mal comprendidas y peor tratadas, casi medio siglo después de la evidencia denunciada y argumentada en este libro, las patologías conductuales continúan siendo un terreno de discriminación, marginalización y estigmatización, que condena y arruina la vida de millones de personas. Justamente en estos días, el parlamento argentino aborda una legislación para esta problemática, que nada resolverá, al no ocuparse de las causas profundas y limitarse solo al ámbito de la vigilancia profesional.
Resulta evidente que se trata de un reflejo “autista” de una sociedad que continúa negando la evidencia y circunscribiendo el problema a la simple esfera de atención (manicomios u hospitales), sin hacer nada por revertir los tóxicos estados patológicos que generan estas anomalías conductuales. Estados a su vez causados por evidentes desordenes nutricionales y total ausencia de hábitos depurativos e higiénicos.
Si bien el trabajo de Capdevila tiene muchas aristas elogiables, como su proverbial e inconfundible estilo lingüístico y la cuidada fundamentación técnica, creo que el gran valor de esta obra postrera radica en la exhaustiva demostración del origen somático de las enfermedades mentales. Algo que queda muy en claro a partir del propio subtitulo de la obra, que define a estas patologías de la mente “como estrictamente somáticas”.
En la antigua y proverbial antinomia soma-psiquis (hoy conocida como interacción cuerpo-mente) y frente a la sempiterna búsqueda del orden secuencial (causa-efecto), Don Arturo fija su indubitable posición. Que además no es aleatoria materia opinable, sino una fundamentada evidencia fisiológica y casuística. Capdevila nos muestra que siempre hay un sustrato orgánico que precede a la percepción de la realidad y desencadena la reacción mental. Sin embargo la ortodoxia continúa sosteniendo que lo mental (ahora rotulado como “cuestión emocional”), es un ente con vida propia, generado independientemente del sustrato biológico que lo expresa.
En propias y claras palabras del autor: “Nunca nace en el cerebro el desorden sintomático, sino que le recibe de otros centros de actividad patológica, y entonces reacciona pensando desordenadamente. Ningún ser humano nació nunca loco: la biología humana -y desde luego la animal- no conoce ese extravío. La locura se produce, sobreviene, se construye. Las propias deformaciones craneanas traerán obnubilación de la inteligencia, pero no la locura”.
Justamente en este noveno mensaje prandiológico, Capdevila aborda claramente la cuestión hereditaria en las enfermedades de la mente. Y aquí también lo somático (físico) se erige en columna vertebral de una transferencia tóxica, cuyo indudable origen es el fisiológico estado de desorden materno. Parafraseando su léxico: “una génesis estrictamente toxicológica”.
Confirmando esta preclara visión de Capdevila, otro esclarecido contemporáneo suyo, el Dr. Herbert Shelton (1895-1985, principal figura del higienismo estadounidense), afirmó en más de una ocasión, que si le permitieran estar a cargo de una institución para enfermos mentales, lograría cerrarla por ausencia de pacientes, en pocas semanas, aplicando simples sistemas depurativos como el ayuno.
Y lo suyo no fue algo antojadizo o delirante, ya que el Dr. Allan Cott (1910-1993) demostró científicamente que los esquizofrénicos pueden recobrar la normalidad tras un mes de ayuno. Los resultados obtenidos por el Dr. Cott en el centro moscovita Moscow Psychiatric Institute fueron sorprendentes: prácticamente un 100% de efectividad. Aunque los programas de ayuno no puedan remediar todos los defectos de los pacientes, al menos pueden mejorar considerablemente la salud de estas personas, convirtiéndolas en seres activos y útiles para la sociedad, en vez de mantenerlas como personas incapacitadas en ambientes degradantes para el género humano.
Volviendo a la obra de Capdevila, en su lectura no debe confundirnos el uso de términos que hoy parecen antiguos y pasados de moda. Si bien hoy usamos vocablos más modernos que histerismo, angustia, cretinismo, idiocia, melancolía, delirio o simplemente locura, subyace incólume la misma visión reductiva e intervencionista de entonces, respecto de las patologías mentales. A pesar de las cinco décadas transcurridas, la ortodoxia médica sigue sin acusar impacto y continúa aferrada a los tratamientos invasivos, las internaciones y la administración farmacológica, como única respuesta.
En este libro, Capdevila pasa revista sobre gran diversidad de patologías mentales y ámbitos relacionados: desde la epilepsia a la locura, pasando por el delirio, el histerismo, la angustia, la esquizofrenia, el asma, la diabetes, el síndrome premenstrual, el alcoholismo y la delincuencia. Tampoco las cuestiones sexuales escapan a su análisis, y como no puede ser de otro modo, también aquí demuestra el pertinente correlato fisiológico.
Incluso Don Arturo dedica parte de la obra a una cuestión no menor: el fluido menstrual femenino y todo lo que representa este drenaje toxico. La menstruación (anormal y ausente en el reino animal) es un eficiente mecanismo preservador de la calidad reproductiva humana. Aun a costas de un costoso desperdicio nutricio (hemoglobina), la hembra reproductora logra así aliviar la carga tóxica circulante, manteniendo un cierto equilibrio depurativo, para salvaguardar al ámbito uterino y a la futura vida que allí puede engendrarse.
Imaginemos que sucede cuando la menstruación se interrumpe o altera. A causa de influencias estresantes (conflictos), nerviosas o fisiológicas (el final de la etapa fértil), se genera una anormal convivencia con sangre tóxica, que afecta a la función mental y explica claramente los comportamientos psicológicos y emocionales emergentes, traducidos en cuestiones que van desde el histerismo o el más moderno síndrome pre menstrual, a las patologías psiquiátricas degenerativas. Y como la toxemia no discrimina genero, también el hombre, cuando tóxico, es víctima de desordenes como la andropausia o menopausia masculina.
Por cierto que Capdevila insiste en su tesitura cardinal, respecto al origen nutricional de la sangre tóxica y de la disfunción orgánica y endocrina. Entre otras, aborda la problemática tiroidea, que en su época y ahora, sigue siendo considerada efecto de carencias como el yodo o la tiroxina. La obra vuelve a demostrar que, más que carencia de yodo (metaloide que se sigue suplementando en la sal de mesa) el problema es el exceso de calcio. Como si no bastase la desmesurada ingesta láctea de este mineral, se suplementa por doquier, aún cuando estudios prestigiosos demuestran que el consumo excesivo de calcio incrementa el riesgo de infartos y ACV (accidentes cerebro vasculares); vaya caso, patologías hoy tan recurrentes como las enfermedades mentales.
Dado que es difícil superar al autor, utilizo un magnífico párrafo del propio Capdevila para redondear este prólogo. Ante la esgrimida influencia de lo externo en las patologías psicológicas, don Arturo es claro y contundente. “El mecanismo psíquico está hecho para soportar aun a muy alta tensión, las cargas a menudo pesadísimas de la vida; de igual modo que un cuerpo sano y normal posee los correspondientes recursos que ha de oponer a las agresiones normales del ambiente. Para nosotros nunca la vida psíquica se perturba, más allá de un grado sabiamente establecido por la naturaleza. Si este punto se rebasa, es que a la prueba psíquica se ha añadido un factor directamente somático (físico) de debilitamiento nervioso o glandular”.
Y la cuestión es ilustrada con un ejemplo de fácil comprensión. “Tener un nudo en la garganta es manera de ponderar una emoción reconcentrada y torturante. Pero es fácil comprender que el estado emocional de nudo en la garganta alcanzará mayor o menor violencia según haya, o no, una tiroides enferma. En el primer caso, esta tiroides se verá entonces estimulada a impulsos de sollozo o de sofocación, a un aumento de su secreción hormonal, o bien a su paralización, conforme reaccione. O sea que nunca será lo mismo una glándula tiroides con sus lóbulos exentos de todo daño, que otra de lóbulos hipertrofiados y con nódulos. Cualquiera sea la emoción, la reacción será enteramente distinta”.

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