Luego
de haber abordado temas claves, como La lepra, El cáncer, Prandiología
patológica, Tres aberraciones metabólicas (diabetes, litiasis, úlcera),
Revisión microbiana y El niño enfermo, en esta obra Capdevila trató la
problemática de las enfermedades mentales.
Siendo la influencia alimentaria el eje
central de sus nueve mensajes prandiológicos, aquí Capdevila refresca
argumentaciones sobre la nefasta ingesta láctea, que en las cinco
décadas transcurridas ha crecido exponencialmente, a la misma velocidad
que han crecido las enfermedades mentales que origina su consumo. Por
cierto que esta clara, evidente y demostrada interacción entre alimento y
disfunción orgánica, permite que una persona de la nutrición pueda
ocuparse de prologar un libro que debería ser terreno de psicólogos.
Mal comprendidas y peor tratadas,
casi medio siglo después de la evidencia denunciada y argumentada en
este libro, las patologías conductuales continúan siendo un terreno de
discriminación, marginalización y estigmatización, que condena y arruina
la vida de millones de personas. Justamente en estos días, el
parlamento argentino aborda una legislación para esta problemática, que
nada resolverá, al no ocuparse de las causas profundas y limitarse solo
al ámbito de la vigilancia profesional.
Resulta evidente que se trata de un
reflejo “autista” de una sociedad que continúa negando la evidencia y
circunscribiendo el problema a la simple esfera de atención (manicomios u
hospitales), sin hacer nada por revertir los tóxicos estados
patológicos que generan estas anomalías conductuales. Estados a su vez
causados por evidentes desordenes nutricionales y total ausencia de
hábitos depurativos e higiénicos.
Si bien el trabajo de Capdevila tiene
muchas aristas elogiables, como su proverbial e inconfundible estilo
lingüístico y la cuidada fundamentación técnica, creo que el gran valor
de esta obra postrera radica en la exhaustiva demostración del origen
somático de las enfermedades mentales. Algo que queda muy en claro a
partir del propio subtitulo de la obra, que define a estas patologías de
la mente “como estrictamente somáticas”.
En la antigua y proverbial antinomia
soma-psiquis (hoy conocida como interacción cuerpo-mente) y frente a la
sempiterna búsqueda del orden secuencial (causa-efecto), Don Arturo fija
su indubitable posición. Que además no es aleatoria materia opinable,
sino una fundamentada evidencia fisiológica y casuística. Capdevila nos
muestra que siempre hay un sustrato orgánico que precede a la percepción
de la realidad y desencadena la reacción mental. Sin embargo la
ortodoxia continúa sosteniendo que lo mental (ahora rotulado como
“cuestión emocional”), es un ente con vida propia, generado
independientemente del sustrato biológico que lo expresa.
En propias y claras palabras del autor:
“Nunca nace en el cerebro el desorden sintomático, sino que le recibe de
otros centros de actividad patológica, y entonces reacciona pensando
desordenadamente. Ningún ser humano nació nunca loco: la biología humana
-y desde luego la animal- no conoce ese extravío. La locura se produce,
sobreviene, se construye. Las propias deformaciones craneanas traerán
obnubilación de la inteligencia, pero no la locura”.
Justamente en este noveno mensaje
prandiológico, Capdevila aborda claramente la cuestión hereditaria en
las enfermedades de la mente. Y aquí también lo somático (físico) se
erige en columna vertebral de una transferencia tóxica, cuyo indudable
origen es el fisiológico estado de desorden materno. Parafraseando su
léxico: “una génesis estrictamente toxicológica”.
Confirmando esta preclara visión de
Capdevila, otro esclarecido contemporáneo suyo, el Dr. Herbert Shelton
(1895-1985, principal figura del higienismo estadounidense), afirmó en
más de una ocasión, que si le permitieran estar a cargo de una
institución para enfermos mentales, lograría cerrarla por ausencia de
pacientes, en pocas semanas, aplicando simples sistemas depurativos como
el ayuno.
Y lo suyo no fue algo antojadizo o
delirante, ya que el Dr. Allan Cott (1910-1993) demostró científicamente
que los esquizofrénicos pueden recobrar la normalidad tras un mes de
ayuno. Los resultados obtenidos por el Dr. Cott en el centro moscovita
Moscow Psychiatric Institute fueron sorprendentes: prácticamente un 100%
de efectividad. Aunque los programas de ayuno no puedan remediar todos
los defectos de los pacientes, al menos pueden mejorar considerablemente
la salud de estas personas, convirtiéndolas en seres activos y útiles
para la sociedad, en vez de mantenerlas como personas incapacitadas en
ambientes degradantes para el género humano.
Volviendo a la obra de Capdevila, en su
lectura no debe confundirnos el uso de términos que hoy parecen antiguos
y pasados de moda. Si bien hoy usamos vocablos más modernos que
histerismo, angustia, cretinismo, idiocia, melancolía, delirio o
simplemente locura, subyace incólume la misma visión reductiva e
intervencionista de entonces, respecto de las patologías mentales. A
pesar de las cinco décadas transcurridas, la ortodoxia médica sigue sin
acusar impacto y continúa aferrada a los tratamientos invasivos, las
internaciones y la administración farmacológica, como única respuesta.
En este libro, Capdevila pasa revista
sobre gran diversidad de patologías mentales y ámbitos relacionados:
desde la epilepsia a la locura, pasando por el delirio, el histerismo,
la angustia, la esquizofrenia, el asma, la diabetes, el síndrome
premenstrual, el alcoholismo y la delincuencia. Tampoco las cuestiones
sexuales escapan a su análisis, y como no puede ser de otro modo,
también aquí demuestra el pertinente correlato fisiológico.
Incluso Don Arturo dedica parte de la
obra a una cuestión no menor: el fluido menstrual femenino y todo lo que
representa este drenaje toxico. La menstruación (anormal y ausente en
el reino animal) es un eficiente mecanismo preservador de la calidad
reproductiva humana. Aun a costas de un costoso desperdicio nutricio
(hemoglobina), la hembra reproductora logra así aliviar la carga tóxica
circulante, manteniendo un cierto equilibrio depurativo, para
salvaguardar al ámbito uterino y a la futura vida que allí puede
engendrarse.
Imaginemos que sucede cuando la
menstruación se interrumpe o altera. A causa de influencias estresantes
(conflictos), nerviosas o fisiológicas (el final de la etapa fértil), se
genera una anormal convivencia con sangre tóxica, que afecta a la
función mental y explica claramente los comportamientos psicológicos y
emocionales emergentes, traducidos en cuestiones que van desde el
histerismo o el más moderno síndrome pre menstrual, a las patologías
psiquiátricas degenerativas. Y como la toxemia no discrimina genero,
también el hombre, cuando tóxico, es víctima de desordenes como la
andropausia o menopausia masculina.
Por cierto que Capdevila insiste en su
tesitura cardinal, respecto al origen nutricional de la sangre tóxica y
de la disfunción orgánica y endocrina. Entre otras, aborda la
problemática tiroidea, que en su época y ahora, sigue siendo considerada
efecto de carencias como el yodo o la tiroxina. La obra vuelve a
demostrar que, más que carencia de yodo (metaloide que se sigue
suplementando en la sal de mesa) el problema es el exceso de calcio.
Como si no bastase la desmesurada ingesta láctea de este mineral, se
suplementa por doquier, aún cuando estudios prestigiosos demuestran que
el consumo excesivo de calcio incrementa el riesgo de infartos y ACV
(accidentes cerebro vasculares); vaya caso, patologías hoy tan
recurrentes como las enfermedades mentales.
Dado que es difícil superar al autor,
utilizo un magnífico párrafo del propio Capdevila para redondear este
prólogo. Ante la esgrimida influencia de lo externo en las patologías
psicológicas, don Arturo es claro y contundente. “El mecanismo psíquico
está hecho para soportar aun a muy alta tensión, las cargas a menudo
pesadísimas de la vida; de igual modo que un cuerpo sano y normal posee
los correspondientes recursos que ha de oponer a las agresiones normales
del ambiente. Para nosotros nunca la vida psíquica se perturba, más
allá de un grado sabiamente establecido por la naturaleza. Si este punto
se rebasa, es que a la prueba psíquica se ha añadido un factor
directamente somático (físico) de debilitamiento nervioso o glandular”.
Y la cuestión es ilustrada con un ejemplo
de fácil comprensión. “Tener un nudo en la garganta es manera de
ponderar una emoción reconcentrada y torturante. Pero es fácil
comprender que el estado emocional de nudo en la garganta alcanzará
mayor o menor violencia según haya, o no, una tiroides enferma. En el
primer caso, esta tiroides se verá entonces estimulada a impulsos de
sollozo o de sofocación, a un aumento de su secreción hormonal, o bien a
su paralización, conforme reaccione. O sea que nunca será lo mismo una
glándula tiroides con sus lóbulos exentos de todo daño, que otra de
lóbulos hipertrofiados y con nódulos. Cualquiera sea la emoción, la
reacción será enteramente distinta”.
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